lunes, 15 de octubre de 2007

CAPÍTULO DOS

La historia comienza con un cuenta cuentos.

Erase una vez – dijo el viejo, aunque bien sabía que ésta no era una historia de las que inician así.

Cuando el mundo era joven y los humanos no pisaban la faz de la Tierra, un ser bajó de entre los astros a las profundidades de este mundo. El forastero se encontró con una tierra nueva y fértil y plantó una semilla para ver si era capaz de abrigar la vida y luego marchó a mundos lejanos– continuó diciendo.

La tierra albergó a la semilla y la abrigó ayudándola a crecer, el cielo quiso ayudar también y lloró de felicidad, derramando agua sobre ella, para saciarle la sed. Aquella semilla creció libre y sana, sin maleza que la asfixiara, ni parásitos que la debilitaran, y emergió de las profundidades de la tierra, aferrándose a su madre con una de sus manos y tratando de tocar a su padre con la otra, y volvió a unir a aquellos que una vez se habían separado al inicio de los tiempos. Así la madre feliz le proporcionó sustento a su hijo, y el padre dichoso lo alimentó con el jugo de la vida, entonces la antes pequeña semilla se convirtió en un frondoso árbol, el primero, que se extendía sobre la faz del planeta para acercar a su madre y su padre, sus largos brazos que apuntaban al cielo se poblaron de hojas para que su padre se deslizara delicadamente entre ellas, y sus brazos que se internaban en las profundidades se dividieron un millón de veces en pequeños dedos, en raíces, para que su madre no se erosionara. Y pasaron muchos años así, el árbol fortaleciéndose bajo el seno de su madre y la mirada atenta de su padre, fue entonces que descendió de los cielos como una gran luz y cayó sobre él, por un instante la noche se hizo día, aquella sensación cálida que que había sentido hacía tan solo unos momentos se convirtió en un dolor insoportable que crecía y crecía colándose en su interior y haciendo crepitar y chillar del dolor producido, una tenue luz iluminó la oscuridad y creció hasta convertirse en una gran flama que ardía consumiendo a aquel único ser sobre la faz de la tierra, entonces el cielo desesperado sopló para salvar a su moribundo hijo, pero sus intentos fueron en vano, mientras más intensos eran sus soplidos más se propagaba aquella llama consumiendo a su hijo, la tierra urgió a sus mares y lagos a salvar a su hijo, mas no lograba llegar a él, entonces en una medida desesperada se desprendió de una parte de ella y la envió al firmamento a acompañar al cielo que enloquecido no se había dado cuenta de lo sucedido, y aquella nueva tierra que ahora giraba alrededor de donde se encontraba antes de ser lanzada al espacio atrajo el agua hacia donde se encontraba su herido hijo y levantó las mareas y el cielo lloró y juntos lograron apagar a aquella llama, pero el árbol herido cayó en un largo sueño del que algún día despertaría, mas eso no ocurrió. Pero en el sitio donde antes había caído aquel rayo habían brotado nuevas semillas hijas de aquel magnífico ejemplar, y por mucho tiempo el cielo y la tierra no lo notaron, pues estaban muy tristes por la pérdida del que había sido su único hijo. Entonces esa nueva tierra que giraba alrededor de la gran madre prometió no volver a bajar pues estaba devastada, pero como aún amaba a su hijo siempre permaneció sobre su ahora dormida cabeza y decidió acompañarlo e iluminarlo por las noches por si algún día despertaba y quería jugar.