jueves, 22 de noviembre de 2007

CAPÍTULO TRES: De Los Otros Herederos

De las entrañas de la Tierra nacieron nuevas criaturas. Y ellas los amó desde ese mismo momento y así también ellos la amaron de la misma forma que una vez lo hiciera un viejo árbol en el pasado, pero a diferencia de éste, estos nuevos seres eran diferentes a aquel primer ser vivo, eran pequeños y también los había grandes, algunos emitían sonidos y otros tenían distintas formas de comunicarse. Surgieron entonces nuestros antepasados, cuyos nombres desconocidos fueron olvidados ya hace mucho. Pasó mucho tiempo antes que algunos tuviesen conciencia de su existencia, entonces la Tierra se contentó pues podría enseñarles lo que alguna vez le enseñara a su único hijo, sin embargo todos sus intentos de comunicarse fueron en vano, aquellos seres no entendía lo que quería decirles, parecían haber olvidado que alguna vez se comunicaran con ella, entonces vino el tiempo en que su espacio comenzó a ser pintado de rojo, sus campos y planicies fueron manchadas de sangre derramada por ellos mismos, una nueva palabra surgió de los labios de aquellos primeros hombres: guerra, y acompañada de ésta en sus corazones se alvergó un nuevo sentimiento, el odio comenzó a ganarle espacio al amor y al respeto que alguna vez los hombre se tuvieron. Y llegó el momento en que ya no sólo se lastimaran entre ellos, y con cada estocada la Tierra sufría viendo morir a sus habitantes, entonces el padre Cielo enfureció y comenzó a derramar sus lagrimas sobre su amada Tierra, para limpiarla y salvarla de aquellos seres despiadados que en su egoismo habían olvidado de donde venían.

Y llovió, cayó agua por días y noches, semanas, hasta que los ríos crecieron y desvordaron sus causes, los mares volvieron al lugar que alguna vez estuvieran y se regocijaron de encontrarse con las planicies que alguna vez dejaran para dar paso a la vida. El agua subía y ocupaba los campos, los alimentos escacearon y muchos murieron, ahogados, enfermos, por inhanición. Y luego de que el diluvio acabara la tierra quedó desierta, y el verde nuevamente la cubrió. Y así fue por mucho tiempo.

Fue entonces que la tierra volvió a poblarse de sonidos, y ellos vinieron del mar, desde muy lejos a través de las aguas, llegaron nuevos seres hermosos, que hicieron más bellos los parajes de la superficie terrestre, y se llamaron a sí mismos ingeos, y cuidaron de ella y del cielo por largo tiempo.

Luego de que los ingeos llegaran por primera vez a la tierra, nuevos seres de la misma especie llegaron a ocuparla, cuyo verde amaban tanto, y del cual algunos se hicieron pastores, y así se separaron en distintas estirpes, todas ramas de un mismo árbol, y de muchos no se supo nunca nada pues marcharon buscando lugares hermosos aún no descubiertos en el cual establecerse. Construyeron grandes ciudades y cultivaron los campos, siempre en armonía con el cielo y la tierra, aprendieron a comunicarse con ellos sin palabras, escuchando sus silencios, entendiendo sus caprichos, observando lo imposible, y es que todo lo que no tenía sentido parecía ser más hermoso, y ellos comprendían que no necesitaban comprender para que sucediera tal y como sucedía, no se necesita una razón para que el árbol crezca, ni para que las aves vuelen, ni mucho menos para que el río vaya al mar, o para que el sol salga todos los días. Entonces la nueva era dio comienzo y volvió a nacer como la vez en que se formara y llegara aquel ser insertando el capricho de la vida.

Y los ingeos tuvieron descendientes y poblaron la faz de la tierra, y mucho tiempo paso antes que las estirpes se encontraran nuevamente, esta vez no con las mismas preocupaciones que con las que habían llegado en aquella primera vez, pero esa es otra historia, que no viene al caso contar, no por ahora.