domingo, 5 de abril de 2009

Historia de un librero

Le saludó enérgicamente cuando entró por esa puerta, era la primera vez que veía a esa persona, se veía tan tranquila y a la vez animada. Definitivamente tenía el ánimo de un niño pequeño que recién está descubriendo al mundo, pero en su mirada se notaba la sabiduría de una persona ya madura. De apariencia delgada y pequeña, no aparentaba la edad que debía tener, puesto que él ya tenía 20 y desde que tenía memoria lo había visto por la ventana de la biblioteca cada vez que pasaba por fuera, nunca había entrado, hasta ahora.

Sus ojos parecían normales, hasta comunes, eran café como muchos de sus conocidos y amigos, pero algo distinto había en ellos, algo que le daba paz, y a la vez provocaba el nacimiento de su siempre reprimida inquietud. Sí, la reprimía, porque la verdad siempre esperaba que otros hicieran por él, lo que toda persona debería hacer por sí misma, decidir sobre el rumbo que le dará a su vida. Pero así era mucho más cómodo, sin preocupaciones, con seguridad de que no habrá grandes cosas, pero viviendo una vida tranquila, ¿o no?, bueno, eso era lo que pensaba hasta hace 2 minutos, que era el tiempo que llevaba de pie en el primer escalón de esa escalera de la biblioteca, se había quedado estático, sumergido en aquella mirada que no esperaba nada y a la vez todo de él.

Dualidades, dualidades, siempre dualidades, ¿acaso la vida no está hecha de otra cosa?, el cielo y la tierra, el agua y el fuego, el día y la noche, el sol y la luna, tantas cosas que no sería capaz de enumerarlas aquí. Vida, mi vida, toda ella fabricada de bifurcaciones, de infinidad de caminos, todos escogibles por una y mil razones, ¿cómo saber cuál tomar?, y allí estaba, mirándolo, fijamente, con esa sonrisa que le tranquilizaba, y la mirada que perturbaba su espíritu. Era hora de decidir, uno de los tantos caminos, una de las tantas direcciones, dejaría de esperar a que otros decidieran por él, porque al fin y al cabo era su vida y sólo a él debía importarle las decisiones que tomara. Sólo 2 minutos bastaron para decidirlo, porque aquel librero, con la mirada cálida y de gran sonrisa, era él mismo, esperando pacientemente todos esos años para mostrarle el camino, sonriendo siempre porque él era lo que deseaba ser y que siempre fue, escondido bajo su actitud pasiva y dejada. Porque siempre fue así, aunque sólo ahora lo veía. Tenía que llegar ahí, a esa biblioteca, oculta en su mente, ahora por fin, podría ser quien verdaderamente era.